martes, 29 de agosto de 2017

EN CONCEPTO DE MIS EMOCIONES


Aún recuerdo aquella edad en la que de la mano de mi padre asistía a la plaza de toros.

Afuera, una gran algarabía, gritos de vendedores, música viva en las calles y aquel peculiar aroma de la comida de los puestos ambulantes.

Aroma de tabaco puro o el perfume de aquellas damas que confluían en la plaza para ver a El Cordobés, a Diego Puerta a Manuél Capetillo, al Calesero, a Jaime Rangél a Raúl Contreras "Finito" a Alfredo Leal y tantos otros toreros de la época.

Figurones de otros tiempos

Una monumental botarga de una botella de Pepsi-Cola daba la vuelta al ruedo y el infaltable anuncio de los monosabios que advertían que las personas que fueran sorprendidas arrojando cojines al ruedo, serían consignadas a las autoridades.

 Y durante mucho tiempo, la vuelta al ruedo de las pancartas de anunciantes como aquella marca famosa de muebles para oficina o de aquellas toallas que se anunciaban como las: "que sí secan de verdad".

Todo este preámbulo marcaba el inicio del festejo y aquella puerta de cuadrillas cuyo anuncio de una marca de famosos relojes se abría en punto de las cuatro de la tarde para dar paso a las infanterías y los matadores que habrían de participar en la corrida.

Los colores vibrantes de los trajes de luces que centelleaban al roce del sol eran un espectáculo único, multicolor, que se mezclaba con aquellos aromas en el tendido y el fondo musical del pasodoble interpretado por la banda de música no sé si bajo la dirección seguramente de Don Genaro Núñez.

¡Cuántas emociones!

En aquel entonces me emocionaba yo como chaval que era y veía a aquellos matadores como seres mitológicos desplegando sus capotes de brega jugando los brazos al aire en verónicas de tanteo como lo hacen los músicos que afinan sus instrumentos antes de comenzar  ejecutar una "suite".

En aquel entonces no me preocupaba mucho que el coleta en turno no le cogiera la distancia al burel o si usaba el pico de la muleta para citar, o si el toro tenía una embestida desclasada si era soso, si el matador codilleaba, si se aliviaba con pases por alto, no, la verdad es que como incipiente aficionado disfrutaba aún más de aquél espectáculo sin entrar en las complejidades de los razonamientos técnicos que hoy, en honor a la verdad, a veces me incomodan.

Y dicho sea esto sin otra intención que poder precisar que los conocimientos en el arte de Cúchares lo que vinieron a descubrirme es que eran muchas otras situaciones que en aquellos tiempos no había observado.

Disfrutaba el espectáculo por sí mismo, sin complejos.

Hoy, ciertamente veo mil defectos y como en el caso de muchos "puristas", exijo más pero muy en el fondo anhelo aquella dicha tan grande que mi espectáculo favorito me proporcionaba cada vez que salía "el de las patas negras" por la puerta de los sustos.

Ahora puedo ver, al de las patas negras: acochinado, agalgado, degollado, cari-avacado, zancudo, estragado, cornipaso, cimbareto, capacho y corni-corto y todo un catálogo de defectos morfológicos que con el correr de los años fuí aprendiendo y si, gané en conocimientos la verdad es que perdí mucha de mi capacidad de asombro.

Preocupado ahora por las distancias y afilando el agudo sentido de la crítica, mi concepto de la estética y el mando me llevan a buscar la cási perfección en las suertes, deseando ver faenas con base a pases engarzados de series generosas y reunidas donde el "embroque" es la piedra angular en la ejecución de estos, fundamentado en las distancias  pero dejando a un lado mi capacidad de asombro.

De tal manera, mis valoraciones se basan en el dominio de los terrenos y en la capacidad del torero para resolver los problemas en la cara del toro sin dejarse enganchar la muleta.

He visto desfilar a muchos toreros que manejan un concepto muy moderno en lo que a tauromaquia se refiere y aunque sus ejecuciones pueden resultar ortodoxas y técnicamente impecables, la verdad es que algunas, muchas veces las encuentro carentes de emoción.


O al menos es en lo que en concepto de mis emociones: no transmiten gran cosa o me dicen nada.

Y entonces puedo advertir las más diversas críticas en torno a una misma faena: que el toro no embestía, que si era falto de raza, que si el encaste, que no tenía fondo, que se rajó, que no transmitía, que al matador le hizo falta empeño, que nunca le tomó la distancia, que no le perdía pases, que lo ahogó y un sin fin de consideraciones y todo para dar a entender que no se produjo la magia del toreo, que no bajaron los duendes.


Y los medios electrónicos que juegan un importantísimo papel en cuanto a la información que se genera en los países del planeta taurino nos permiten conocer en tiempo real los resultados de una corrida o de una novillada al alcance de la mano.

Tecnología al servicio de la fiesta.

Pero...

¿Y hasta qué punto estos avances en tecnologías de la información benefician al espectáculo?

¿Saben?

Repasando las redes sociales puedo notar que existe un sin fin de opiniones encontradas que es bien difícil unificar.
Y, toda proporción guardada, dichas plataformas son como una enorme torre de Babél, donde cási nadie se entiende y cuando el entendimiento escasea, se vuelven en la plataforma idónea para dar rienda suelta al encono, a la agresión y la descalificación de aquellos que simplemente no comparten puntos de vista.

¿Yo?

Me mantengo al margen de este juego turbio.
Es por decirlo de alguna forma: "La hoguera de las vanidades".
Espacios de opiniones de muchos que dicen ser conocedores de la fiesta y que actúan hasta con un dejo de arrogancia al manifestar estos puntos de vista como dueños de la verdad absoluta.

Prefiero recordar la magia que provocaba en mí aquel espectáculo vibrante tan leno de colores, sabores y aromas cuando mi padre me llevaba de la mano y cuando con muchísima ilusión y sin prejuicios simplemente gozaba de todo lo que acontecía alrededor de la plaza.

Aún lo recuerdo y es el pozo de vida que alimenta a mi espíritu cuando disfruto del espectáculo incomparable de una corrida de toros.

Dirigida por Carlos Velo y producida por Manuel Barbachano Ponce allá por el año de 1956, la película documental Torero, narra las peripecias del "Berrendito de San Juan" Luis Procuna Montes en un relato fílmico cási épico que nos transporta a una época anterior a la descrita al principio de este recuento pero que está impregnada de aquel sabor que el toreo moderno de distancias cortas y pases cási perfectos está muy lejos de tener.

¿Que hoy se torea más bonito?

Esa es una cuestión de percepción.

Por lo pronto para mí, la práctica del toreo ha ganado mucho en cuanto a la técnica, por lo pronto la técnica en la selección genética del ganado y luego la técnica en el dominio de los terrenos y de las suertes, haciendo por momentos ver a un toro manso de ida y de vuelta y un torero dominador que realiza con facilidad lo que resulta en verdad difícil.

Son cuestiones profundas que me llevan a reflexionar en el tema de la evolución tan necesaria del toreo.

Si estos hombres hacen ver que la práctica del toreo es fácil desde la perspectiva de que el toro es un animal colaborador más que aquella fiera bravía que en otras épocas le proponía un crucigrama difícil de resolver, de pronto pareciera que muchas de las faenas en la actualidad son como "maquiladas" digamos; como si fueran confeccionadas en serie y, entonces me enfrento a un cuestionamiento profundo: ¿acaso el público asistente a las plazas de toros podrá verse atraido por un espectáculo de esta índole el día de mañana?

O es que tendremos que crear generaciones de taurinos que por costumbre y tradición familiar, acudan a las plazas movidos más por estos razonamientos que por la necesidad de encontrar un espectáculo donde exista un riesgo latente y en donde el hombre realice verdaderas hazañas.

Es como si toda proporción guardada, David Copperfield mostrara el secreto de sus actos de ilusionismo y dejara al descubierto su técnica.
Me pregunto si el público seguiría pagando un boleto por verle.

El riesgo sigue estando ahí: la muerte sigue siendo una moneda de cambio para aquellos que se atreven a enfrentar al toro bravo en cualquier plaza de toros si, sin lugar a dudas y por desgracia a últimas fechas, la muerte nos ha cobrado factura y nos demuestra que el peligro sigue estando presente.

Aquí el asunto que habrá que ponderar es que el toreo tendrá que dar un golpe de timón y renovarse con aires e ideas frescas que le permitan captar la atención del público en general, porque los aficionados seguiremos asistiendo a las plazas, pero y en el futuro: ¿Cuál será el público que asista a las plazas de toros para darle sustento al espectáculo?

Enrique Ponce
Por fortuna, el cambio se viene gestando de la mano de algunos ponentes como el caso de Enrique Ponce, que aparte de ser un maestro en la ejecución de las suertes, se ha permitido innovar con evoluciones interesantes tanto con capote como con muleta y yo he de agradecerle al menos que lo intente por descabellado que este intento pueda parecer.

Existen otros casos como el de Paco Ureña o el de Antonio Ferrera que me llevan a re-encontrarme con la expectación de querer ver a un torero que sale tarde con tarde a "rifársela", así como también lo hace Rafaél Rubio "Rafaelillo" o el mismo Juan José Padilla, aunque estas tauromáquias no sean completamente afínes a mis gustos, pero la emoción está allí y eso tiene para mí un valor agregado en una época en la que lo aparentemente fácil, está callendo en el tedio.

Lo demás en concepto de mis emociones no me da frío ni calor ¡ni ná!

Cláro hombre: que yo, sigo esperando la reaparición de mi torero, el de la Puebla del Río, pero ese, el toreo de Morante no tiene edad, tiene sí aroma de otras épocas y no necesita evolución, simplemente necesita sentimiento y pasión de enamorado, como la de José Antonio a quien si le asisten los "duendes", podrá hacerme retomar el punto de partida durante su reaparición en la próxima temporada, aunque me tenga que conformar con ver los resúmenes de las corridas porque al parecer "usía" pretende entre otras cosas, no dejarse televisar.

Y yo, es que no me la creo.

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